jueves, 18 de junio de 2009

Humo y persiana

Sucedió hace mucho tiempo
pero aun recuerdo
aquella situacion.

Respiraba, todavía,
el sol más fuerte que luna.
Atravesó la ventana del cuarto
obligándome a cerrar persianas,
desemplear al día
y el pájaro que tengo en la mano
aletea furioso por volver
con los otros cien.

Devorada por el ansia, la luna
volvió a dejarlo todo a oscuras,
para mandar durante la noche,
para ser vista como única luz,
para alumbrarme riendo, llorando
y cantando, a su manto plateado,
canciones que nos han marcado.

Se juntaron ambos, en el cambio de turno
de la mañana siguiente.
Discutieron, por culpa de alguno,
pero para mí la culpa no es importante.
El sol se debió sentir dolido,
porque se fue a dormir temprano,
se arropo con todas las nubes
al alcance de su mano.

Creó, de esta forma,
una tarde maravillosa
con lluvia y cenicero lleno,
con cielos grises
y persianas abiertas.
Para envidia del sol,
el pájaro volvió más tranquilo,
acompañado, por no sé cuántos otros.
No eran cien, ni mucho menos,
pero reinaban en la tarde de tormenta
de aquel domingo.

Aquel domingo infinito sin sol.


Tal vez no sucedió hace tanto tiempo.
Por eso recuerdo aquella situación.

sábado, 13 de junio de 2009

Qué puedo hacer si ya no te quiero...

No es que tenga miedo.
Es que a duras penas puedo hablar.
Dicen algunas gentes -aunque estas cosas siempre van de boca en boca y cuando alcanzan el dudoso status de "rumor personal" su verdadero origen ya se ha perdido hace tiempo entre las brumas del pasado- que un día un superman cualquiera de tres al cuarto, se atrevió a mirar a los ojos a su criptonita. Y sacando un valor -incluso- impropio de él, le plantó cara severamente.
El final de la historia es a día de hoy, sencillo.
Murió.
Murieron todos aquellos que dependían de ese impertérrito superman que, insensato e incauto, un día miró a través de la pared para ver que ya nada podía salvarle a él.
El mismo estúpido superman que primero se bebió el mundo y luego otros mundos que no le pertenecían.

Mientras tanto, yo, estúpido e impertérrito también, no es que me encuentre con miedo. Es que sabiendo eso, también sé que nadie puede venir a salvarme.

Las agujas del reloj corrían como Maserati que lleva el diablo.
Qué hijas de puta.

Creo que sonaba bien alto una canción que bastante contrastaba con el sol que me despertó abofeteando mi cara esta bonita, cruel y rápida mañana de sábado.
Realmente mi cabeza cantaba Mi matadero clandestino. Pero mis manos, dirigidas hacia el reproductor de cd´s seleccionaron Inerte. Fue justo antes de que el suelo se convirtiera en poesía y mis zapatos suspiraran por dejar el pavimento separándonos a ti y a mí del centro.