miércoles, 29 de junio de 2011

Una puta décima de segundo

La obra que estábamos viendo era un coñazo.
En la calle, fuera, habría del orden de unos chorrocientos grados. Por lo que el teatro fue la opción más correcta, salvando alguna cabezada de rigor por lo soporífero del espectáculo.
Recuerdo el duendecillo malo pervirtiendo mis ideas cada vez que nuestras cabezas se inclinaban la una sobre la otra para comentar algún dato acerca de la función.
Recuerdo que el proyector de la sala indicaba el fin de aquel momento, al son de Sympathy for the Devil de los Stones, versionada por alguien. Un momento que se acababa y yo allí, espiando su silueta, disimuladamente.

Cuando se detuvo el tiempo dejó de parecerme un mal final de obra.

Tras una décima de segundo increíblemente decisiva, ella seguía estando ahí.
Suena a lo que tú quieras que suene, pero estuvo ahí, para mí.
Y yo me quedé a cuadros. Y me temblaron las piernas.

Y aún me tiemblan.

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